Pasa de una manera más cercana y actual con las migraciones internas propias de un país. Vemos cómo en la capital convergen, desde golpes de tambor de las costas, pasando por tamunangues, joropos llaneros, calipsos, hasta escuchar a un grupo de chimbangleros por las calles del centro de la cuidad; una cantidad de tradiciones a las que responde el colectivo porque somos uno, nos vamos llamando el uno al otro, nos retroalimentamos y nos re-creamos a medida que nos vamos fusionando.
Venezuela y sus cofradías, sus cultores y asociaciones civiles han dado vida a un calendario popular que, sin temor a equivocarme, es uno de los más amplios y ricos del mundo. Somos el país de la eterna fiesta, de la eterna celebración de un Santo, de una fecha. Ese colectivo que levantó una a una cada manifestación, se organizó en función de un bien común, que no era otro que el satisfacer la necesidad de pertenecer, de recrear la caricia de la madre cuando coloca el traje, de la mirada de orgullo del abuelo cuando observa en los ojos de la siguiente generación la pasión por lo que se ha enseñado, el sabor de la sopa al terminar la jornada, el reconocimiento de los pares por estar presente de todas las maneras en las que se puede. Es allí donde la tradición levanta al colectivo, lo activa y así van dándose ánimos el uno al otro, manteniéndose en el tiempo.
Ahora que no estamos tan juntos como antes, puede que hayamos entendido de qué se trata, puede que veamos de maneras más claras cómo la tradición estuvo allí levantándonos cada mañana con el olor a budare caliente, con la campanada de la iglesia que anuncia la salida del santo, con el olor característico de los palmeros cuando van llegando a la entrada de Sabas Nieves. Puede ser que aquellos que antes percibían las tradiciones como algo lejano, que sólo era apreciado por los sentidos más superficiales, ahora la estén escuchando, viendo y sintiendo desde el corazón, desde la emoción, incluso desde la nostalgia. Puede que ahora estemos más cerca.
Lo cierto es que, sin importar dónde estemos, en el país que hayamos nacido, si vivimos allí o no, seguimos siendo seres sociales, que por naturaleza buscarán ser parte. Seguiremos creando, seguiremos alimentado tradiciones y dejaremos que ellas nos alimenten con su carga extrema de emociones y sensaciones por estar allí, por compartir con los pares, por respetar a quienes la protegen y la mantienen viva, generación tras generación.
No Comments