No conocí a “Totoño” tanto como me hubiera gustado, pero estoy seguro de algo: luego de conocerlo fui mejor persona.
Dentro de mi ignorancia en el mundo de la cultura popular venezolana, desconocía quién era Jesús Blanco, gran músico, excelente persona y renombrado maestro. Era tal su humildad que se mezclaba fácilmente entre los mortales, siendo él de otro planeta.
Tuve la oportunidad de compartir con “Totoño” en un proyecto hermosísimo: La Escuela Nacional de Culturas Populares. Como dije anteriormente, desconocía la magnitud de su investidura, pero poco a poco fui conociéndole y acercándome a su sabiduría, que dejaba caer de forma sutil y casi imperceptible.
Recuerdo gratamente cuando corrigió mi postura a la hora de ejecutar el pujao en una parranda, o el clarín en el San Millán, me decía: coye carajito, no crees que es mejor si lo haces así. Yo que tú me hago caso. Y yo: Vamos a probar. Y realmente era mejor cuando le hacía caso.
Otra experiencia buenísima fue recorrer junto a él las distintas comunidades de Caracas. Todo el mundo lo respetaba, y no era ese respeto creado a partir del miedo, sino es ese que nace desde la admiración, desde la visión alumno – maestro, padre – hijo. Eso significaba “Totoño” para mucha gente –incluyéndome- un padre, un maestro, un amigo.
Un día le comenté de mi afición por escribir décimas. Le dije que me gustaba -aún me gusta- un montón y que seguía -aún sigo- la senda de las décimas esdrújulas. Respondió sin vacilar: Como Chane –decimista conocido por su versar esdrújulo-. Una vez Chane estaba decimando su vaina rara, y los decimistas viejos no entendían nada, hasta que uno dijo: ese muchacho está decimando en latín. Y entre risas me dijo que me llevaría a conocer a “CAPEP”, una organización de decimistas creada en San Agustín, que contribuyó enormemente en mi versar, gracias a la experiencia de cada uno de sus integrantes.
Después de varios meses de trabajo en conjunto, vino la mejor parte, “Totoño” me invitaba para eventos, celebraciones, convites, vente tús. Y ahí estaba yo cual esponja, absorbiendo los conocimientos del maestro, no solo en la parte musical y cultural -que ya es bastante decir-, sino también en la parte personal y humana, donde tus logros no te hacen más que nadie y los saberes no te dan derecho a humillar al otro.
“Totoño” enseñaba hasta sin querer. Simplemente convivir con él era enseñanza por su forma de ver y afrontar la vida, por su entrega desmedida a la cultura popular venezolana, a la organización comunitaria, a la música, a su gente. Siempre tenía una anécdota para ilustrar lo que quería que fuera aprendido, siempre con una sonrisa, buena intención y por sobre todo humildad.
Jesús Blanco, “Totoño”, era Patrimonio Cultural viviente de Caracas, y en adelante lo seguirá siendo, pero no solo de Caracas, sino del mundo entero, pues ahora es un pedacito de cada uno de los que lo queremos y admiramos. Y mira que somos bastantes.
Foto de portada tomada de DETRÁS DE LAS LUCES DEL ESCENARIO
#72 Jesús Blanco ‘Totoño’. Créditos Erika Castillo
Soy abogado (UCV) y aduanero (USB). Caraqueño de nacimiento, crecí en Casalta. Co-fundador de @sebailadtvzlana @elbululunet y @laesdrujuleria
4 Comments
Excelentes y atinadas palabras Yoe de mi alma!
Yoember Angulo Mendoza
Abrazos, gracias por leernos.
GRACIAS sencillamente gracias por compartir.??
Yoember Angulo Mendoza
Gracias, gracias a ti.